jueves, 21 de mayo de 2015

8

Reestructuración en el negocio

Por Carlos T.
Debido a que la Agencia Tributaria y los inspectores de Trabajo y Seguridad Social han sido bastante malévolos e intransigentes con el encargao, este nos ha reunido para darnos una temporada de vacaciones forzosas, así que colgamos las batas azules durante algún tiempo indefinido.

Por lo visto, ha llegado el momento de revisar salarios, de realizar análisis de rendimiento, de las temidas evaluaciones de desempeño, de métricas operativas, del impulso en la rentabilidad y el crecimiento, y de la automatización de procesos. Y lo más doloroso, de quitar nuestros calendarios de Samantha Fox y Sabrina y sustituirlos por algo menos sexista. Confiamos en que la cinta pegajosa atrapamoscas y el fluorescente intermitente sigan en su sitio a la vuelta.

Está por ver si los nuevos y revolucionarios partidos políticos no generan muchos quebraderos de cabeza que animen al encargao a pedir la jubilación anticipada y deje a nuestras familias en la calle. Es conocido por todos que los ingresos que genera un blog como este son escandalosos, incluso insolentes, muy cercanos a la caja B de Génova 13, y nos hemos acostumbrado a llevar un ritmo de vida que sería difícil volver a adquirir. 

Han sido muchos meses viviendo en la opulencia y en la seguridad de los billetes de metro de diez viajes, de pedir las cervezas con gaseosa de primera marca, de poder envolver los bocadillos de salami en papel de plata, de recoger del suelo únicamente las colillas de Winston o Marlboro, de hacer recargas de hasta 5 euros en nuestro Nokia 5110... incluso con la paga extra de Navidad llegamos a comprar pilas alcalinas de Auchan para la radio del taller. En definitiva, una serie de privilegios que una vez saboreados no estamos dispuestos a sacrificar. 

Por nuestro bien y el de nuestras familias, esperamos que esto sea un parón temporal y no un cierre definitivo, pero nunca se sabe. Por si acaso, vamos a ir comprando tirachinas, bolas de acero y acumulando botellas, trapos y gasolina.

¡Nos veremos!

jueves, 14 de mayo de 2015

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Cómo ahuyentar al votante con una frase

Por Llorente
Si estos días se sienten observados mientras caminan por la calle, no piensen que van a ser víctimas de los bromistas de cámara oculta o que empiezan a desarrollar manías persecutorias. No, sólo se trata de que ha comenzado la campaña electoral y vallas y farolas se decoran con rostros embaucadores de tipos llamados candidatos que nos miran fijamente pidiendo, exigiendo, nuestro voto.

Pero voy a prescindir de esos rostros para centrarme en los lemas que los acompañan y con los que intentan convencernos, o eso se supone, para que los elijamos en las urnas. Mal van.

“Soluciones justas” es lo que nos prometen los socialistas. La primera vez que lo leí, sin maldad, pensé en “soluciones, las justas”, es decir, más bien escasas. Poco convincente.

Ciudadanos apela al cambio, añadiendo al topónimo de la ciudad en cuestión la coletilla “pide el cambio”. Podían habérselo currado un poco más, teniendo en cuenta que el rollo del cambio es un tópico tan manido que ha perdido cualquier significado. Recientemente, en las autonómicas andaluzas, la candidata del partido que lleva más de treinta años gobernando dijo ser la persona que encarnaba el cambio en esa comunidad. Y sin ponerse colorada. Para que vean lo que dice ahora “el cambio” en política: absolutamente nada.

Izquierda Unida se hace llamar “El corazón de la izquierda” en sus carteles de publicidad electoral. Está bien para reivindicar su sitio en esa ala política ante partidos que se lo están quitando, pero dudo que tenga fuerza para animar a nadie a depositar su voto a favor de esa formación. El “Es ahora” de Podemos, en ese sentido, es más apropiado. Hasta en eso les están adelantando.

Pero el mejor, o el peor, es el del Partido Popular. “Trabajar. Hacer. Crecer.” Sin sonrojarse tampoco. Sin duda ha sido creado por un indio sioux de los que veíamos en los western de Hollywood, y no sólo por el uso abusivo de los infinitivos, sino porque sólo puede juntar en el mismo cartel el logo del PP y el verbo trabajar alguien que viva en una reserva a miles de kilómetros de España.

Cada vez que llega una campaña electoral, no puedo evitar acordarme de Adlai Stevenson, aquel político demócrata estadounidense que calificó como indignidad final del proceso democrático el hecho de que los candidatos se publiciten mediante técnicas comerciales como si fuesen cereales para el desayuno. Ni que decir tiene que el bueno de Adlai perdió las dos elecciones a las que se presentó.

jueves, 7 de mayo de 2015

3

El palito de los selfies

Por Carlos T.
Después de "El valor de una fotografía" y "Hacerse un selfie" toca un nuevo capítulo que, esperemos, deje este asunto en trilogía: lo del palito de marras.

Por si queda alguien que no sepa (cosa improbable) lo que es el artefacto conocido como palo para hacer selfies, esto consiste en una vara telescópica de aluminio o similar, al que se engancha el teléfono móvil. De ese modo, al tener una especie de gadgeto-brazo podemos alejar la cámara, obtener un ángulo de mayor cobertura y hacer una foto en la que salgamos nosotros mismos disparando, junto con todos aquellos que no tengan reparo en participar de semejante ritual.

Esto tiene su utilidad para inmortalizar momentos épicos en los que todos los presentes merecen ser retratados para permanecer en nuestra retina como participantes de una hazaña. Está bien que se lo lleve Edmund Hillary su sherpa al Everest, la 101ª División Aerotransportada en el desembarco de Normandía o los rusos y americanos cuando llegaron a la Luna. Pero ¿qué falta hace un palo de esos en el Museo del Prado, con cientos de personas dispuestas a hacernos la foto con la mejor de sus sonrisas? 

Ventajas de NO hacernos la foto con el palito, y seguir el método tradicional de que nos la hagan otros:
- Entablamos conversación con desconocidos, sin un teclado de por medio.
- Es una estupenda herramienta para iniciar una sana amistad, o lo que surja.
- Practicamos idiomas.
- Recordamos lo que es pedir un favor, o que nos lo pidan, que no es nada malo.
- Aprendemos a diferenciar al bandolero del honrado antes de soltarle la cámara a un desconocido.
- Nos cuestionamos cómo va a quedar la foto de nuestro Cartier Bresson particular cuando nosotros estamos cincuenta grados a la izquierda de donde está enfocando.
- Nos deleitamos con ese desparpajo y propia iniciativa de nuestro desconocido artista con lo de "os he tirao varias, que así seguro alguna habrá quedao bien!"
- Y, sobre todo, nuestros rostros presentan unos gestos mucho más naturales que las muecas forzadas y los morritos supuestamente sensuales de quien sabe el momento exacto del disparo y su encuadre.

En resumen, que si la NASA no les dio ni a Amstrong ni a Aldrin un palito de estos para salir juntos en las imágenes lunares, es porque uno se lo hubiese metido al otro por el culo por chorras, pudiendo apoyar la cámara en cualquier lado. Lo mejor que le puede pasar al cacharro este es que lo declaren objeto peligroso en los controles de los aeropuertos y nos lo requisen para no volver a verlo jamás.

jueves, 30 de abril de 2015

11

Sofistas del siglo XXI

Por Llorente
Una de las profesiones que deberían tener en cuenta los jóvenes como salida laboral para su futuro es esa que consiste en dar charlas como formador sobre muy distintos aspectos de la vida laboral o personal, sobre todo laboral, que se suelen resumir con algún nombre (por supuesto en inglés) que resulte sugerente, como coaching o algo similar.

Más allá de que muchas de esas charlas sean auténticas chorradas, no deja de tener su mérito ponerse delante de un grupo de personas y explicarles cómo deben orientar su vida, organizar su trabajo, mejorar su rendimiento o afrontar las vicisitudes existenciales sin saber ni siquiera si necesitan nuestros consejos o si al menos les importan. Qué más da. Lo importante es hablar bien y engatusar. Puro sofismo.

Pero que es una oportunidad laboral fabulosa lo refleja el hecho de que empresas reacias a facilitar a sus empleados la formación en cuestiones prácticas como idiomas, ofimática o estudios reglados, no escatimen a la hora de contratar cursos sobre inteligencia emocional, gestión del cambio u organización del tiempo.

Quizás sea porque es una manera encubierta de recordarle al lacayo lo malo que es. A alguien que no sabe alemán o desconoce de Excel hasta si se escribe con una o dos eles, se le puede decir que tiene esas carencias sin que se ofenda, porque son objetivas. Más sutil hay que ser para reprocharle que es un antipático, que no rinde o que no se entiende ni la mitad de lo que escribe, así que no hay como matricularlo en unos cursitos sobre trabajo en equipo, gestión del tiempo o comunicación escrita.

Sería curioso poder comprobar el efecto en sentido contrario si desde abajo les llegasen a los jefazos propuestas para asistir a “Cómo no ser un déspota tirano” o “Gánese el respeto de sus empleados ahora que todos le toman por el pito del sereno”.

En cualquier caso, nos iría mejor si dedicásemos más tiempo al estudio serio y constante que a las arengas motivacionales con efectos de breve caducidad

jueves, 23 de abril de 2015

2

Volando con Melendi

Por Carlos T.
La legislación en lo que se refiere a los nombres de los aviones brilla por su ausencia. Al igual que en su día ya vimos en usnavy de todos los santos que en determinados países se puede llamar a un hijo Adolfo Hilter de la Misericordia, en las aeronaves seguimos el mismo dudoso gusto.

Iberia siempre ha mantenido un cierto respeto por los pasajeros bautizando a sus máquinas con nombres relacionados con nuestro país y que han sido referentes dejando el pabellón bien alto allá donde han ido, como Gaudí, Cervantes o Ramón y Cajal. En su propio blog vemos como también emplean nombres de lugares emblemáticos como Alhambra y Costa Brava, o apuestan por valores seguros como El Greco, Velázquez o Goya. Spanair, a pesar de su triste destino, mantuvo el estilo y sus aviones acudían a la cita si se les llamaba por el nombre de Cela o Plácido Domingo.
Y en estas aparecieron las genialidades de los departamentos creativos y para dar un toque de ¿color? decidieron cambiar radicalmente esa tendencia. Vueling se vino arriba con perlas como Be vueling, my friend, Quien no corre vueling o My name is Ling, Vuel ing. Humor fino, fino. También se puede tener la suerte de volar en un Elisenda Masana o surcar el cielo a bordo de un Eloy Fructuoso, quienes tantos méritos hicieron por la aviación civil siendo los pasajeros cinco millones y un millón respectivamente de esa compañía.

Picasso decía que la creatividad es el enemigo del buen gusto, y los de Air Europa se lo tomaron al pie de la letra, bautizando a sus naves con celebridades de la talla de Isabel Pantoja o David Bisbal. Y buscando rizar el rizo, no se les ocurre nada mejor que apodar otro de sus trastos con el nombre de Melendi. Un cantante que borracho perdido se puso a insultar a las azafatas hasta el punto de tener que obligar al comandante a regresar al aeropuerto de origen. Todo un guiño a la indulgencia y a la cordialidad, al más puro estilo Zapatero.

Que nunca nos pase, pero si un día un avión nos tiene que dar un susto, mejor que sea a bordo de un Greco, un Gaudí o un Alhambra. Nadie se merece pasar un mal rato subido en un Isabel Pantoja o un Bisbal, que bastantes sufrimientos nos dan ya en tierra firme.

jueves, 16 de abril de 2015

9

En desorden alfabético

Por Llorente
Entre las cosas que hoy en día aún quedan libres de normalizaciones, estándares y convenciones, se encuentra el sentido en el que se escriben los títulos en los lomos de los libros, los discos o cualquier otro elemento clasificable y archivable en estanterías.

¿Ascendente, descendente, en horizontal si el grosor del libro lo permite? Incluso algún osado se ha atrevido a poner el rótulo en vertical, con las letras apiladas. Sólo me falta verlo en bustrófedon. ¿Acaso soy el único cuyo cuello se queja mientras leo los lomos en busca de algún ejemplar interesante?

Algo parecido podría decirse del empleo del orden alfabético en las pocas tiendas de discos que quedan. ¿Por nombre del artista, por apellido, dónde colocar a los grupos con nomenclatura numérica? Lo lógico sería por apellido, porque ¿a quién se le ocurriría buscar a Joaquín Sabina en la J? Sin embargo, si los discos de Josele Santiago se colocasen en la S probablemente no los encontraría ni él mismo. En definitiva: al libre arbitrio del empleado de turno.

Hasta ahora, al menos estaba claro que los artículos no contaban, pero desde que las búsquedas se han informatizado, incluso este pequeño convenio ha dejado de tener vigencia, creando un auténtico problema de superpoblación en el archivo de la L, dada la infinidad de grupos musicales que se llaman “Los algo”.

Reconozco avergonzado que en determinadas tiendas de discos tengo que escudriñar un sector completo del expositor para encontrar al artista que busco, incapaz de averiguar el diabólico orden que el reponedor siguió y temeroso de preguntar a algún empleado y recibir la respuesta fatídica: “Pues el ordenador dice que tiene que haber uno, pero no sé dónde…”

Probablemente, la costumbre de buscar cualquier cosa poniendo su nombre en un campo y pulsando intro me esté volviendo más torpe a la hora de enfrentarme con los objetos.

O eso, o que el mismo que me esconde las llaves en casa me sigue cuando voy de compras…

jueves, 9 de abril de 2015

7

Despedidas de soltero

Por Carlos T.
Extraño fenómeno el de algunas despedidas de solteros de ambos sexos. Todo un mundo de ordinarieces, groserías y vulgaridades que, lejos de animar a los futuros contrayentes, para lo que sirve es para saber de qué tipo de gente están rodeados.

Se supone que la tradición de una despedida de este tipo es divertirse a base de cometer una serie de excesos que ya no se van a poder hacer una vez se pase por la vicaría, ayuntamiento o lo que corresponda. Pero si estos excesos no se han hecho hasta la fecha será porque no ha apetecido. Y si no ha apetecido antes, ¿a qué viene obligarles a hacerlos ahora?

En la mayoría de los casos estos excesos consisten en ir a cenar a un local que se llamará Ñaka ñaka, El polvero o Mete-saca, donde nos servirán una bazofia de comida presentada en forma de símbolos fálicos y de exuberantes senos femeninos. Tras haber degustado un menú con nombres tan sugerentes como nalgas de anchoa, orgasmos de ternera y helados de semental a la crema de esperma, llega la hora de conocer la antesala del infierno: el bailecito del cachitas medio bujarrón disfrazado de policía municipal, con pirulo luminoso incluido, o el de la prostituta vestida de enfermera cachonda, quien rápidamente nos mostrará la buena labor de su cirugía pectoral, cubierta únicamente por un fonendoscopio. 

Una vez todos curados gracias a la enfermera e indultados por el policía, llega la hora de tocar fondo: el paseíllo, que poco tiene que envidiar a los que se daban en la Guerra Civil. El novio irá por la calle medio en pelotas o disfrazado de Caperucita, entrando a todo lo que se mueve, por orden de sus amigos, y la novia llevará una banda cruzada del hombro a la cintura donde veremos escritas frases tan profundas como La folladora del Frac, Miss Potorro de Oro o Miss Almeja de Plata. Para colmo, tanto la prometida como sus torturadoras lucirán en sus frentes y cabezas penes de goma a modo de extravagantes diademas . La escena se hace aun más grotesca e histriónica cuando más elegantes y refinados sean los homenajeados, pues se saben completamente fuera de lugar y eso no se puede ocultar. 

Siendo claros, si a los treinta años un hombre no ha ido vestido de Caperucita por la calle o una mujer no se ha puesto uno de esos penes de goma en la cabeza, será porque no ha querido, así que son ganas de hacerle pasar una mala noche pagada entre todos. 

Una despedida de soltero de estas características es una experiencia, como diría Cervantes, donde toda incomodidad toma su asiento.

jueves, 2 de abril de 2015

8

Derechos al arcén

Por Llorente
Si en estas fechas de Semana Santa es usted uno de esos sufridos ciudadanos que se lanzan a la carretera con la sana intención de disfrutar de unas vacaciones lejos de su domicilio, no olvide los pasos básicos y necesarios para convertirse en un disciplinado automovilista: colocar bien los espejos, abrocharse el cinturón y firmar una renuncia a cualquier derecho del que pueda ser portador.

Algo extraño nos debe ocurrir para que en el momento en que nos sentamos ante un volante, perdamos nuestra condición de seres humanos. Es frecuente oír cómo se justifica el cierre de los cascos urbanos al tráfico rodado argumentando que hay que recuperar esos espacios para las personas. Hombre, en todo caso será para los peatones, porque los que van sentados en los automóviles no suelen ser suidos.

La decisión de cualquier ayuntamiento de vigilar con cámaras los espacios públicos siempre genera polémica y reabre el sempiterno debate entre libertad y seguridad. Siempre, excepto si la excusa es vigilar el tránsito de vehículos a motor; entonces pueden prodigarse cámaras y radares por doquier sin que nadie se queje.


Bajo ningún concepto aceptaríamos que, para evitar aglomeraciones en determinados momentos y lugares, se restringiera el acceso a las personas con número de DNI par (o impar), pero empezamos a ver normal que se tome la misma medida con los automóviles, impidiendo a algunos ciudadanos hacer uso de su vehículo, con ITV en vigor y al día del impuesto de circulación correspondiente, sólo porque su matrícula acaba (o no) en múltiplo de 2.
 

Todos tenemos claro que nuestra vivienda es un lugar privado que no puede ser invadido ni registrado por la autoridad sin cumplir un estricto procedimiento judicial. También nos sorprendería y veríamos ofensivo que un guardia nos parase repentinamente por la calle, nos pidiese la documentación y nos registrase sin motivo aparente. Sin embargo, consideramos normal que, mientras conducimos nuestro auto, la Policía pueda detenernos y obligarnos a abrir el maletero. ¡Con la de intimidades que podemos llevar ahí guardadas!

La pérdida de la presunción de inocencia y la inversión de la carga de la prueba son otras de esas cuestiones que sólo se ven en el ámbito del tráfico. Aunque el coche de uno lo puedan utilizar cinco miembros más de su familia, el titular será siempre culpable salvo que delate a otro, que suele ser la anciana que nunca conduce y cuyo carné es el proveedor de puntos de su progenie.

La única ventaja de este asunto es que nos ha hecho recuperar la fe en estos tiempos de poca religiosidad. Porque, por poner un ejemplo, creerse que la mancha que sale en la foto es nuestro coche, que la velocidad indicada corresponde a la real, y que el cacharro que nos caza mide bien y tiene todas las homologaciones que se mencionan, eso es un ejercicio de fe importante.

jueves, 26 de marzo de 2015

6

Vestir de falsificaciones

Cada vez es más frecuente encontrar todo tipo de personajes foráneos y nacionales vendiendo en la calle ropa y complementos, imitaciones de marcas de primera categoría y haciendo buena caja. ¿Qué hay en los plagios para que tengan tanta demanda?

Versiones baratas de bolsos de Bimba y Lola o Louis Vuitton, supuestos polos de Lacoste o Ralph Lauren, relojes que pretenden pasar por Omega, Cartier y Rolex o pañuelos de Gucci que poco tienen que ver con los originales. Artículos de ínfima calidad pero que, según se lee en este artículo, resultan atractivos para más de cinco millones de personas en España. 

Lo de aparentar nos pone, y mucho. Hay mujeres que tienen más de una decena de bolsos de imitación, cuando por ese precio ya hubiesen comprado uno de los verdaderos. Y fanáticos de la exactitud suiza que guardan en su mesilla una colección de réplicas mientras siguen buscando la reproducción perfecta del Omega o el Patek Philippe de sus sueños, sin querer ver que con lo desembolsado en dichas réplicas ya tendrían pagado más de la mitad del auténtico.

Nuestra actitud positiva  hacia estas imitaciones demuestra que no valoramos el beneficio de esos productos hacia dentro sino hacia fuera. No buscamos el efecto que produce en nosotros, bien sea como recompensa, premio, sensación de poseer algo exclusivo, infalible, legendario o mítico. Lo que buscamos es que los demás se lo crean y nos sitúe un peldaño más arriba de lo que nos merecemos en la escala adquisitiva. Nada más triste que ver en alguien un Rolex al que se le cae la manecilla del segundero, un bolso al que se le deshacen las asas o una camisa de supuesta primera marca que a la semana luce pelotillas del tamaño de guisantes.

Las cosas buenas tienen su precio y hay que poder pagarlas. Y si miramos a largo plazo, acaban resultando menos caras de lo que parecían. Y si no se puede, no pasa nada. Afortunadamente hay productos para todos los bolsillos. Pero nada peor que el quiero y no puedo. Intentar aparentar a base de fraudes, nos acabará dejando en mal lugar.

Porque además, por mucho que queramos pensar de otro modo, los que se mueven de modo habitual en ese entorno en el que queremos pasearnos, distinguen perfectamente el gato de la liebre. 

viernes, 20 de marzo de 2015

5

Música en vivo, en directo y de fondo

Por Llorente
Si todo el mundo guarda silencio en el cine, en la ópera o en el teatro, alguna explicación habrá para que sea imposible disfrutar de determinados conciertos de música pop o rock sin el murmullo de fondo de las conversaciones fuera de lugar del público.

Quizás el motivo esté en el hecho de asistir al evento de pie, la masificación, el tener la barra cerca o sea la inevitable consecuencia de que, en el fondo, las salas de conciertos no son sino bares adaptados a las circunstancias, pero no deja de ser irritante tener al lado a un tipo que de espaldas al escenario comenta con su colega el mal partido que hizo el Madrid el domingo mientras el artista por el que ha pagado bastantes euros se deja la garganta en el micrófono. Y si no los ha pagado y va de gorra, peor aún, porque entonces estamos ante el caso del típico español que, si es gratis, acude donde sea sin importarle a qué, incapaz de tener el más mínimo respeto hacia el artista que actúa y hacia el público que lo intenta disfrutar.

En los conciertos de rock, el público en general ya se ha acostumbrado a aguantar al tontaina de la primera fila que cada quince minutos va a la barra a empujones a la ida y derramando la cerveza por las espaldas a la vuelta, o al boceras que a 30 centímetros de nuestro oído grita todas las canciones sin saberse las letras. Esos ya son parte del programa, pero lo menos que se puede pedir es que cuando el cantante agarra la acústica y entona una balada a baja luz la podamos disfrutar sin el ruido de fondo de conversaciones de gentes que, entonces nos damos cuenta, no pintan nada allí, y adivinamos que son de los que presumen de ser de los primeros en pillar entradas para U2 o AC DC antes de que se agoten. Conciertos estos que se pasarán igualmente charlando con sus acompañantes, pero de los que podrán alardear orgullosos.

Quizás sea, como he insinuado, algo vinculado a la música popular que se escucha de pie y con un grifo de cerveza al lado, pero no deja de ser una devaluación de los artistas implicados, que se convierten automáticamente en mera música de fondo para las conversaciones de tipos aburridos y maleducados.

En previsión de futuros casos, yo recomendaría a todos los grupos que para sus próximos bolos tengan preparada una buena versión de aquel tema de Kaka de Luxe que se titula "Pero qué público más tonto tengo". Por si hay que sacarla a relucir.