jueves, 14 de junio de 2012

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La batalla de comprar a las 20:25

Desde pequeños nos enseñan a tener consideración por los demás, y eso incluye respetar sus horarios. El problema es cuando quien maneja determinados horarios no nos respeta a nosotros.

El otro día tuve que comprar una corbata de manera urgente. Para ello me dirigí a una de las miles de tiendas que hay franquiciadas en Madrid, y que guardan bastante similitud tanto en estilo como en precio: Cortefiel, Massimo Dutti, etc. 
Era consciente de la hora, y llegué a las 20:25. La tienda en cuestión anunciaba en un cartel que su horario de cierre era a las 20:30.  Esa maldita hora que tiene la característica de ser tardía para los dependientes pero muy temprana para el dueño de la franquicia.
Aparqué la moto en la puerta y me dirigí apresuradamente al local. Era cuestión de un minuto, pues una corbata roja no tiene más historia, y menos cuando en ese establecimiento sólo disponían de ese modelo en el el color de mi elección.

Iba dando los últimos pasos hacia la puerta mientras hacía el inevitable ejercicio mental de averiguar en qué dirección abriría ésta, cuando se desató la tragedia: de la nada surgió una guapa y fría dependiente que en un movimiento ágil y, a tenor del éxito, practicado infinidad de veces, cerró el pestillo de la puerta a la vez que con la otra mano apretaba el interruptor que bajaba el cierre metálico. 

Mediante mímica, con mis brazos a través de los aros del cierre metálico, y señalando la corbata roja que estaba expuesta en el maniquí de la entrada, le hice (porque sé que lo conseguí) entender que sólo quería eso, que era un momento, e incluso le enseñé dinero en metálico para que comprendiese que ni tan siquiera le iba a hacer sufrir la agotadora tarea de pasar mi tarjeta de débito por el datáfono, y muchos menos aumentar sus dioptrías comprobando que dicha tarjeta se correspondía con mi DNI.
Desde fuera de la tienda se podía ver un reloj en el interior que mostraba que todavía no era la hora de cierre, cuya manecilla más larga iba, golpe a golpe, derrumbando la belleza inicial de la dueña de mi satisfacción "corbatil".

Todo fue en vano. Allí nos encontrábamos los Karpov y Kasparov de los horarios, donde yo insitía acerca de que todavía no era la hora de cierre y ella en que sí, ayudada por su mirada de hielo, que me dejaba muy claro que yo no era el primero en encontrarse atrapado entre su cierre metálico y un entonces inútil billete de 50 euros. 
Dando la experiencia por finalizada, le insinué que había equivocado su tiempo y profesión, pues con semejante control de los cierres de seguridad, de haber vivido en San Francisco hace 50 años, la fuga de Alcatraz nunca hubiese tenido lugar.

En resumen, darme con el cierre en las narices apresuradamente, como si me hubiese bajado de la moto con un pasamontañas y una sierra mecánica en marcha, no creo que sea una política comercial adecuada, y menos en una situación económica como la actual. Hay formas de vender, y hay formas de hacer clientes. Y hay formas de no hacer ninguna de las dos cosas.
 

3 comentarios:

  1. Esto es lo malo que tiene trabajar para una empresa y que la empresa no sea tuya. Un pequeño comerciante te hubiese vendido la corbata y un pantalón, aunque hubiese sido fuera de horario.

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  2. Me recuerda aquel artículo que escribió El Jueves hace tiempo sobre las dependientas de Zara:- de carácter tan frío que las iban a mandar a bajar la temperatura de la planta nuclear de fukushima-...en fin, hay cada una por ahí que un curso de, ya no técnicas de venta, si no de educación.

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  3. Priscilla, totalmente de acuerdo contigo. Besos

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