Que los hábitos de la sociedad española han cambiado, y mucho, lo podemos comprobar en los nombres que tenían nuestros padres, en los nuestros propios y en los que tienen nuestros hijos.
En su momento causaron sensación los nombres de reyes godos, pasamos por la lotería del santo del día, descansamos unas décadas en la cordura de los Tomás, Fernando, Susana, Cristina y demás, para encontrarnos ahora lanzados, cual Stuka en picado, a la exclusividad autonómica, sajona, e incluso vikinga de los Unai, Kenneth y Olaf.