jueves, 5 de julio de 2012

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Delincuentes en el supermercado

En pleno siglo XXI, y ya bien entrado el mismo, hay dos cosas que me asombran sobremanera: 
1. Que a la gente le pidan que enseñe el bolso en la caja del supermercado.
2. Que la gente lo enseñe.
Que a una señora le digan que enseñe el bolso en la caja es lo mismo que decirle "tiene usted una pinta de ladrona que echa para atrás, y seguro que se ha llevado algo". No entiendo cómo puede un comercio permitirse semejante falta de escrúpulos y de respeto por los demás y, a la vez, tener la osadía de colgar carteles con el lema "El cliente es lo primero" o "Su satisfacción, nuestra razón de ser".


Todos sabemos que se roba en los supermercados. Pero estamos en 2012 y la ciencia, aunque algunos no quieran verlo, ha avanzado mucho. Gracias a estos avances hay establecimientos que se protegen de los maleantes con sistemas electrónicos, con arcos de seguridad, con circuitos cerrados de TV e incluso con personal de vigilancia. Todos ellos son aceptados por la mayoría sin rencor pues son elementos disuasorios. Están puestos no para nosotros, sino para que los que roban se lo piensen dos veces. No hay una acusación formal.
Pero pedirle a alguien que enseñe algo tan íntimo como su bolso o su mochila, y que el cajero ejerza de Marion Cobretti con toda la libertad del mundo, llamándonos potenciales ladrones en toda la jeta, es algo que clama al cielo. 
¿Cuántas veces han cogido a alguien con ese sutil sistema? Porque me imagino yo que el que va a robar no va a guardar las cosas en el bolso y menos aún lo va a enseñar si se lo pide el "teniente coronel Cajero".

¿Y qué pasa cuando a un chaval le han llamado ladrón en su cara y resulta que en la mochila sólo llevaba la carpeta de la facultad, una chaqueta de chándal y el bidón de agua de la bici? ¿Y cuando una señora tiene que destapar la intimidad de su bolso delante de toda la cola mostrando el paraguas plegable, el abanico, las agujas de coser punto y la revista Diez Minutos porque la sagaz cajera ha tenido un presentimiento? No pasa nada. 
Ni siquiera se pide perdón. Nadie les hace un vale de 300 euros para consumir en ese establecimiento, a modo de mínima disculpa por haberles insultado, por haberles llamado ladrones en sus narices. No pasa absolutamente nada. Y encima, los clientes, que son unos benditos, siguen acudiendo a ese local. Y lo que ya me deja atónito es la gente, suelen ser señoras mayores, que antes de que Cobretti les haya llamado ladrones, ya están enseñando el bolso. Es peor todavía. Es decir "sé que tengo aspecto de maleante, lo sé. Pero esta vez, aunque parezca mentira, no he robado nada, y orgullosa te enseño la prueba y presumo delante de todos estos, que menudos piezas tienen que ser, que no te quieren enseñar su privacidad."
 
¿Y los que nos llaman falsificadores de moneda, pasando nuestro billete por todo tipo de rotuladores extraños, luces de discoteca y pruebas similares? Ya va siendo hora de que cuando nos den el cambio, les pidamos la máquina de luz ultravioleta para comprobar nosotros sus billetes. Que si nosotros somos ladrones, ellos pueden serlo más. Y ferreterías (por poner un ejemplo) hay muchas, pero los clientes son un lujo que hay que cuidar como se merece. No hay que insultarles por principio y desconfiar de su honradez. Afortunadamente para la sociedad, la mayoría no nos dedicamos a pasar moneda falsa ni a la reventa de cuchillas de afeitar.

En resumen, que yo no sé si la culpa es de ellos por mandarnos a la horca sin juicio previo, o nuestra por aceptarlo, pero es un atropello en toda regla, que debería sonrojar a todos. A clientes y a Cobrettis.

2 comentarios:

  1. Pues yo a personajes que te piden enseñar el bolso, les dejo con la compra en la cinta por desconfiados. Ayer estuve comiendo en un wok chino y pagué con un billete de 50 euros y no me lo pasó por la máquina pero pasó el dedo por la posible banda como diez veces para ver si era verdadero o falso, ante mi insistencia de decirle que a mí me lo habían dado por verdadero. ¡No vuelvo y punto!

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  2. Jajaja. Con las mismas, tenías que haber entrado tú a la cocina a ver cómo estaban preparando tu comida, para quedarte más tranquila.
    ¡Bien hecho lo de la cinta! Si todo el mundo lo hiciese, ya se habría acabado ese maltrato al cliente.

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