La decoración de las consultas

Ni la Tate Gallery londinense, ni el Moma neoyorquino ni el Prado Madrileño. Si uno quiere ver arte en estado puro no tiene más que acercarse a la consulta del dentista, del notario o del podólogo y regocijarse con las obras de arte que cuelgan de la pared. Y además, no nos ponen pegas para hacer fotos.

Si hay un lugar que define la palabra eclecticismo ese es cualquier pared de una consulta. Desde al abogado de mayor renombre al dermatólogo recién licenciado, todos ofrecen en sus paredes unas pinacotecas donde comparten espacio extrañas acuarelas de gaviotas sobrevolando un mar de lava, junto con una curiosa pieza de fruta pintada al óleo que juega al despiste entre melocotón, manzana y sandía. Y ambos acompañados de un retrato de un metro por metro y medio de un payaso triste, acabado, con una flor marchita entre sus manos, quien, da igual dónde nos situemos, parece seguirnos con la mirada. La inquietud que necesitamos antes de entrar a que nos hagan una endodoncia.


¿De dónde salen esos cuadros? Puede dar la impresión de que son ofrendas de pacientes, en agradecimiento por los servicios prestados. Pero para eso ya se paga en euros, y muchos, por lo que no tiene sentido. ¿Quizás sea más bien una venganza, como cobro por parte del paciente a cuenta de una muela que no volverá a probar bocado? En cualquier caso, hay algo que da que pensar. En muchas de esas obras "de arte" no figura rúbrica alguna. Son atentados anónimos. Es como si el que lo pinta es consciente de lo perpetrado y prefiere mantenerse ajeno a ello. Se dice el pecado, pero no el pecador. Y si estos son los que se han colgado... ¿cómo serán los que se han quedado en tierra por considerarse feos?

Determinados gremios deberían de tener un mínimo de clemencia con sus pacientes y clientes. Ya que vamos a dejarnos un dineral en su consulta, procuremos que sea con un mínimo decoro. Que para ir al túnel del terror ya tenemos el parque de atracciones.