Arquitectos dando clases particulares de dibujo técnico, licenciados en Filosofía atendiendo llamadas en una plataforma telefónica de atención al cliente, periodistas con matrícula de honor sacando la cartilla del taxi, psicólogos haciendo fotos de bodas y comuniones, ingenieros deportados al norte de Europa o Canadá, filólogos ejerciendo de profesores en una academia de inglés a seis euros la hora, titulados en Farmacia trabajando de mancebos repartiendo medicamentos a lomos de un ciclomotor... Y estos los que tienen trabajo. La procesión tal vez, pero la profesión en muchos casos sí va por dentro. Y se deja ver bastante poco.
¿Cuánta gente cercana a nosotros trabaja en aquello para lo que fue formado académicamente? Poca. Y, obviamente, al trabajar en algo distinto a lo visto en la facultad, nunca se va a adquirir experiencia en lo estudiado, y sin experiencia nadie nos va a contratar. Así que, sin casi darnos cuenta, nos encontramos montados en una espiral que cada vez gira más rápido, y para cuando nos queramos preguntar eso de "¿pero qué hago yo aquí subido?" nos habrán bajado a la fuerza y tocará eso tan manido ahora de reinventarse, eufemismo de buscarse la vida por otros derroteros.
Yo siempre había oído que lo que se haga entre los treinta y los cuarenta años será lo que se haga toda la vida, pero a esta frase también le ha llegado la hora de reinventarse.