jueves, 24 de abril de 2014

8

La profesión va por dentro

Uno mira a su alrededor, ve lo que estudió y lo que estudiaron los amigos, familiares y compañeros de trabajo, y se plantea serias dudas acerca del sistema educativo de hace ya unos cuantos años y del sistema laboral de no hace tantos.

Arquitectos dando clases particulares de dibujo técnico, licenciados en Filosofía atendiendo llamadas en una plataforma telefónica de atención al cliente, periodistas con matrícula de honor sacando la cartilla del taxi, psicólogos haciendo fotos de bodas y comuniones, ingenieros deportados al norte de Europa o Canadá, filólogos ejerciendo de profesores en una academia de inglés a seis euros la hora, titulados en Farmacia trabajando de mancebos repartiendo medicamentos a lomos de un ciclomotor... Y estos los que tienen trabajo. La procesión tal vez, pero la profesión en muchos casos sí va por dentro. Y se deja ver bastante poco.

¿Cuánta gente cercana a nosotros trabaja en aquello para lo que fue formado académicamente? Poca. Y, obviamente, al trabajar en algo distinto a lo visto en la facultad, nunca se va a adquirir experiencia en lo estudiado, y sin experiencia nadie nos va a contratar. Así que, sin casi darnos cuenta, nos encontramos montados en una espiral que cada vez gira más rápido, y para cuando nos queramos preguntar eso de "¿pero qué hago yo aquí subido?" nos habrán bajado a la fuerza y tocará eso tan manido ahora de reinventarse, eufemismo de buscarse la vida por otros derroteros.

Yo siempre había oído que lo que se haga entre los treinta y los cuarenta años será lo que se haga toda la vida, pero a esta frase también le ha llegado la hora de reinventarse.

jueves, 17 de abril de 2014

5

Animales ¿de compañía?

De toda la vida, la gente que deseaba compartir su existencia con una mascota, manteniendo una relación de aprendizaje mutuo, apostaba por un perro. Pero llevamos una racha, larga, en la que por la calle se ven bichos rarísimos, y al final de la cuerda, un dueño aun más extraño.
Hasta no hace mucho, la cadena de demanda de los animales era muy sencilla: Si hay varios
miembros en la familia o si se es muy sacrificado, se tiene un perro; si se es muy independiente, un gato; y si apenas pisamos por casa, un acuario con peces, un jilguero o una tortuga. Pero eso de compartir un piso en la ciudad con una oca, con un hurón, con serpientes, con nutrias o con un pavo real es, cuando menos, preocupante. ¿Qué sobra o qué falta en las cabezas de sus dueños?

Yo no sé si es un complejo de inferioridad que se quiere paliar a base de buscar una exclusividad mal entendida, como los que llaman a sus hijos Thais, Eros o Lluvia y se apellidan García o Pérez, pero desde luego que convivir en un piso de setenta metros con un cerdo vietnamita no puede traer nada bueno. Los cerdos en España son ibéricos y están en la dehesa extremeña, comiendo bellotas y revolcándose en el fango, que es su naturaleza. De los vietnamitas desconozco su hábitat, pero solo por el nombre y su gentilicio seguro que no está en un cuarto piso interior de la Gran Vía madrileña.

Iguanas, tarántulas, boas, serpientes de cascabel, musarañas, lémures castrados... confiemos en que Dios no tenga el mismo criterio que Noé y sea más exigente con los amos que con los animales, dejando a algunos de los primeros en la estacada si llega el momento de la selección.

jueves, 10 de abril de 2014

3

Bodrios del cine español

Curioso el revuelo que se ha formado en torno al éxito de la película Ocho apellidos vascos. Y es que el cine español lleva tantos años pariendo bodrios, que al país de los ciegos, por fin, ha llegado el tuerto. 
Quien haya sufrido la hez Los amantes pasajeros sabe perfectamente a qué nivel de bajeza y zafiedad puede llegar a caer el cine español. No se puede ir más allá en el mundo de lo burdo, lo absurdo, lo soez y lo insultante. Y así pasa, que nos hemos ido dejando llevar por caprichitos sin sentido de progres iluminados y cuando vemos algo soportable o entretenido salimos con una sensación prácticamente olvidada, si no desconocida.

Fantasías de rebeldes sin causa, subvenciones con ojos cerrados a todo aquello que ridiculice cualquier valor tradicional o nacional, intentos penosos de acercamiento (a años luz) a la nouvelle vague francesa o al free cinema británico... el cine español puede colgar de cualquier Ministerio, siendo el menos recomendable el de Cultura, pues poco tiene que ver con esta.

Que la obra Ocho apellidos vascos esté arrasando en las salas debería avergonzar a todos esos pseudo artistas que buscan la contribución ajena para llevar a cabo sus quimeras sobre guerras civiles ganadas por el bando opuesto, relaciones tormentosas entre travestis que se enrollan con su madre, que quería ser torera, y todos esos enrevesados embrollos que tanto gustan a un grupillo minúsculo que pasea por la vida con los Cahiers du cinema debajo del brazo sin haber llegado a la página tres.

Ojalá esto sea la espoleta para que los mecenazgos indiscriminados lleguen a su fin y el dinero vaya a mentes más creativas que buscan la finalidad principal del cine: entretener y disfrutar.

jueves, 3 de abril de 2014

5

Los niños viejos

Nada más alegre que ver a un niño jugar con sus amigos, haciendo las gamberradas propias de la edad. Y nada más triste que ver a unos niños de siete años vestidos con chalecos de lentejuelas, bailando a ritmo de bachata en televisión por arte y gracia de unos padres que deberían ser encerrados a cadena perpetua.

De acuerdo que un niño no tiene porqué ir por la vida con las rodillas peladas, el pelo revuelto y el tirachinas colgando del bolsillo trasero. Pero de ahí a que niños con edades de una sola cifra luzcan el pelo engominado, zapatos de tacón cubano, pantalones de pata de gallo y bailen salsa con una sensualidad y provocación que no corresponde en absoluto a su edad, hay un paso muy grande. Y muy peligroso.

Son niños que pasan de puntillas por la infancia, viejos antes de recibir la Primera Comunión. Que les educan en la competición malsana. Proyecciones artificiales de unos padres que deberían dejar que sus hijos se batan el cobre jugando al balón o al truque en lugar de pasearlos por platós de televisión al son de valses vieneses, de melancólicos tangos o de aburridos corridos mejicanos, vestidos como Zapata o Pancho Villa.

Mientras los infantes representan un papel que en absoluto se corresponde con su edad, los padres, en una posición privilegiada entre el público, ven emocionados como en un abrir y cerrar de ojos sus hijos han obtenido los defectos de los adultos sin ninguna de sus virtudes.

Los niños con niños, haciendo juegos propios de su edad. Y los adultos, que se preocupen por que los primeros coman, se rían y duerman de un tirón. Que por suerte o por desgracia el tiempo ya les enseñará que la vida es un tango y que hay que saber bailarlo.