jueves, 26 de junio de 2014

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Invitaciones a bodas

Pocas cosas hay que rompan más la economía familiar que una invitación a una boda. Cualquier presupuesto, por holgado que sea, se viene abajo ante la presencia del horrendo sobrecito blanco. Qué tendrán las bodas, que siempre llegan en el peor momento para nuestro bolsillo.

Invitar a alguien a una boda es hacerle un roto, lo queramos o no. Y un compromiso, nunca mejor dicho. Cortes de pelo, gemelos, alquiler de chaqué, zapatos, permanentes, maquillajes, bolsitos a juego, complementos, alojamiento, peajes, gasolina, desayunos, etc. Todo ello sumado a la broma del regalo, deja cualquier cuenta tiritando, por muy saneada que esté.

Cuando uno recibe una invitación de boda ya se plantea si el que se la ha enviado es o no un amigo, porque alguien a quien te une una amistad no hace faenas así. Un colega nos llama para hacer una mudanza, para ir a ver un coche de segunda mano, para compartir unas entradas de un sorteo, para hacer de apoyo en una fiesta a la que se va por compromiso... pero no manda una especie de telegrama con un papel, un número de cuenta y un mapa que explica cómo llegar al otro extremo de la península para verle.

Un verdadero amigo te dice "tío, que sepas que me caso, pero no te voy a hacer la faena de venir". Y entre los dos se inventan un falso enfado que justifique la ausencia,  que dura desde un mes antes de la boda hasta un mes después. Luego la amistad continúa, y el dinero del viaje, del regalo y del chaqué acaba donde tiene que ir: a los billares y al abono del fútbol. Con los amigos.

Y es que eso de "al enemigo ni agua" ha quedado obsoleto. Lo correcto debería ser "al enemigo, invitación de boda".

7 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo!!!!

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  2. Una boda es un acontecimiento importante y feliz en la vida de una persona, por lo cual considero lo más lógico del mundo que lo acompañen ese día sus seres más queridos, incluyendo sus mejores amigos.

    La distorsión se produce cuando convertimos las bodas en fastos carísimos y, en consecuencia, en negocios descarados, incluso con número de cuenta impreso en las invitaciones. El problema está cuando no se trata de que los que más nos quieren compartan con nosotros un día tan inolvidable, sino de invitar al mayor número de amiguetes, compañeros de trabajo y conocidillos posible para hacer caja.

    La cosa no es siempre tan premeditada como doy a entender, pero nos hemos dejado llevar demasiado por esta absurda corriente y claro... al final es horrible ser invitado a una boda.

    Debería haber menos materialismo y más sentido común en estas celebraciones. Hace poco un conocido mío invitó a uno de sus mejores amigos a su boda. Este excusó su asistencia alegando que estaba en paro y no podía permitírselo, pero su amigo no admitió la negativa y le dijo que tenía que ir y que no quería que le hiciera ningún regalo ni le diera ni un euro, que solo quería su presencia y su compañía como amigo.

    Eso es la amistad y el verdadero sentido de una invitación a una boda.

    En cuanto a lo del sentido común, me refiero a que hay que tener cabeza a la hora de invitar para no poner al personal en compromisos incómodos. Si la boda se celebra muy lejos, incluso en el extranjero, hay que evaluar detenidamente a quién se manda invitación en función de la confianza, y sobre todo hablar honestamente con los afectados. Pero a veces no es tan fácil como digo, ya que hay un curioso fenómeno que Carlos no ha mencionado: a veces la gente le sienta tan mal que le inviten como que no le inviten. Si les invitan se quejan del trastorno, pero si no les invitaran se mosquean por ser ninguneados.

    A veces no hay quién sepa cómo actuar...

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    1. En su último párrafo está el quid de la cuestión. Lo del amigo en paro es lo correcto; lo malo es que no es lo habitual. Y hay gente que aun va más allá: una vez fui a una boda, me alojé en el hotel que nos indicaron los novios, y cuando fui a pagar al día siguiente, ya se habían encargado ellos de los gastos. Eso sí es una invitación de boda. Lo otro es invitar a presenciar una boda, que es muy diferente.

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  3. A mi esto de las bodas me está empezando a tocar de cerca, ya que el año pasado tuve dos y este años tengo ya otras dos. En la primera boda que tuve me gasté en el vestido, los arreglos del vestido, los zapatos, el bolso, el regalo, la despedida, el cubierto y la peluquera. En la segunda boda me gasté en el cubierto y la peluquera. Me estoy pensando hasta utilizar el vestido para la tercera boda, porque es que estoy guapísima con él y con lo que me ahorraría estaría más feliz y guapa aun.

    Yo entiendo a la gente que tiene 14 bodas en un año, eso no hay quien lo sostenga, pero también entiendo que para quien se casa ese día es importantísimo e invitará a todas las personas que deseé que compartan ese día con ellas, aunque para ellos sea su décima boda del año. Además, como dice Al Neri, yo tengo amigas que se quejan del dineral de ir a las bodas, pero les encanta presumir de que tienen ya 7 u 8 para el próximo año, aunque 5 de ellas sean de parte de su novio, pero ir a muchas bodas da un cierto nivel de popularidad.

    Por otra parte, si tienes dinero, siempre es divertido que te inviten a bodas, yo me lo paso genial.

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    1. Aprendiz, aunque se tenga dinero, no tiene porqué gustar. Imagina alguien a quien odie el fútbol, que dos veces al año le hiciesen ir a ver un partido a otra ciudad, pagándose el viaje, la entrada al campo a precio de tribuna, pero sentado en grada pelona, y encima se tuviese que comprar la camiseta del equipo y lucirla. Y, para colmo, animar y participar en los cánticos de los ultras. Un infierno en vida.

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  4. "Eso sí es una invitación de boda. Lo otro es invitar a presenciar una boda, que es muy diferente". Buena reflexión, Carlos. Efectivamente hablar de invitación en esto de las bodas resulta bastante inextacto, porque bien mirado los novios no te invitan a nada de nada.

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