jueves, 18 de septiembre de 2014

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Ciclistas por la ciudad

Ya llevamos unos cuantos años compartiendo asfalto entre coches y bicicletas. Los conductores se van haciendo a la idea, pero ¿están los ciclistas preparados para respetar a los demás?

Los ciclistas urbanos en una gran ciudad son un peligro constante. La principal razón es que creen que su papel de indefensión les otorga bula papal para circular por donde les venga en gana y disfrutar de una doble condición de peatones y vehículos, en función de sus intereses.

En ciudades como Madrid, donde cada vez se están creando más carriles bici, es raro verles circular por ellos, prefiriendo ser arrollados por el espejo de un autobús, golpeados por un mal gesto de una moto, o aprender a volar en un curso acelerado ofrecido por un cliente de un taxi que abre la puerta en el momento menos adecuado.

Los semáforos no van con ellos. Si la luz está en rojo, aminoran la marcha, y continúan. Si en el peor de los casos se viesen obligados a detenerse, realizan un rápido cambio de rumbo y pasan a circular por los pasos de cebra o por las aceras, sorteando viandantes. Todo es poco para los ciclistas urbanos. Ellos aportan progresía y ecologismo a la ciudad, por lo que debemos rendirles pleitesía y aplaudir a su paso.

Algunos de estos intrépidos pilotos no parecen entender que la calle Velázquez o la calle Serrano no son las carreteras comarcales de Nerja de principios de los años ochenta que veíamos en Verano Azul. Por el bien común, especialmente el suyo, y el de sus seres queridos, no pueden permitirse ir a ocho km/h, hablando por el móvil o con los auriculares puestos mientras sus enemigos naturales les enseñan de cerca el camino a la casa de socorro.

La convivencia entre la regulada agresividad de los automóviles con la tranquilidad y silenciosa anarquía de los ciclistas urbanos va a ser complicada mientras estos últimos no pongan también de su parte. Esto no es Berlín, Copenhage o Amsterdam. Aunque solo sea por aprecio a su vida, la gente que se mueve en bici debería ser más prudente en sus desplazamientos. Que el Ángel de la Guarda comienza a tener los gemelos demasiado cargados.

jueves, 4 de septiembre de 2014

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Bajar a comprar al chino

Las tiendas de conveniencia de los chinos se abren paso con un modelo de negocio sobre el que el Ministerio de Sanidad y Consumo podría tomar buena nota. En la mayoría de los casos se permiten determinadas licencias por las que un negocio nacional sería rápidamente clausurado.

La oscuridad: salvo para tratar de esconder la suciedad, no es de recibo que estos locales funcionen en penumbra, con un fluorescente parpadeante a causa de un cebador a punto de sucumbir.
El calor: los congeladores se mantienen en el mínimo y el resto de los productos se nutren del calor que mueve un ventilador. La cadena del frío es un término desconocido por completo y comprar una botella de leche o media docena de huevos es toda una invitación a protagonizar las esquelas del próximo domingo.
Los escaparates: Muy en la filosofía china basada en el enigma y el misterio, desde fuera es imposible ver qué se esconde tras sus cristales. Para ello, lejos de invertir en persianas o estores, su solución es pegar cartones de cajas de chucherías o futos secos, permitiendo que estos se decoloren por el sol, aportando una pátina de cutrez añadida.
La falta de escrúpulos: no tienen ningún reparo en vender alcohol, cigarrillos sueltos o papel de liar a menores, siempre y cuando estos lleven una mochila o algún doble fondo donde esconder la mercancía.
La desconfianza: para estos mercaderes orientales, todo el que entra en su establecimiento, lejos de ser un cliente, es un delincuente en potencia. Cuando no están mirando una película en mandarín o cantonés, su pasatiempo favorito consiste en seguir nuestro reflejo en los espejos que tienen ubicados a lo largo y ancho del negocio, buscando y deseando nuestro intento de delito.

Cierto es que en más de una ocasión nos salvan de un apuro, pero la conveniencia y disposición de estos establecimientos no debe ser patente de corso que permita bordear la línea de la salubridad y el respeto al cliente.