Pocas fechas hay en el año donde encontremos tantas diferencias entre un día y el siguiente como el 31 de diciembre y el 1 de enero. En cuestión de horas pasamos del atracón gastronómico, etílico y tabaquero acompañados de uvas y programas de variedades, al régimen absoluto de fruta, verdura y los aconsejables tres litros de agua diarios mientras nos mentalizamos viendo los saltos de esquí y escuchando la marcha Radetzky analizamos la disyuntiva entre chicles o parches de nicotina.
Clases de inglés, alemán y chino mandarín; centros de yoga, pilates, body pump, zumba y cardio box; fascículos de submarinos, fragatas, perfumes en miniatura o coches a piezas; descarga de aplicaciones para el móvil de gestión de gastos, control de peso o contadores de días sin fumar; dietas depurativas, Dukan, macrobióticas, Atkins, o de la alcachofa... Durante un par de semanas, nuestros remordimientos de conciencia nos torturan sin piedad en forma de consejos publicitarios y propósitos saludables.
Afortunadamente los españoles, o por lo menos la mayoría, tenemos buena salida pero a mitad de carrera nos apagamos. No somos de grandes distancias ni vemos la luz al final del túnel. Mientras haya cuero en el cinturón y la playa de Semana Santa quede lejos no hay necesidad de perder peso; mientras el lenguaje de signos nos lleve al hotel de Londres, o nos sigamos encontrando con españoles de Erasmus por Berlín no hay porqué ampliar los conocimientos de inglés o alemán. Y mientras nos mantengamos alejados de los análisis médicos, medio paquete de tabaco al día tampoco puede ser tan perjudicial, salvo para la cartera.
Y así llegaremos a mediados de noviembre, donde a esas alturas ya no será momento de hacer planes. Mejor esperar al 22 de diciembre, donde entre calada y calada de Marlboro y gintonic y ron con cola podremos decir con orgullo eso de ¡lo importante es que haya salud!