miércoles, 31 de diciembre de 2014

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Los propósitos del Año Nuevo

Por Carlos T.
Pocas fechas hay en el año donde encontremos tantas diferencias entre un día y el siguiente como el 31 de diciembre y el 1 de enero. En cuestión de horas pasamos del atracón gastronómico, etílico y tabaquero acompañados de uvas y programas de variedades, al régimen absoluto de fruta, verdura y los aconsejables tres litros de agua diarios mientras nos mentalizamos viendo los saltos de esquí y escuchando la marcha Radetzky analizamos la disyuntiva entre chicles o parches de nicotina.

Clases de inglés, alemán y chino mandarín; centros de yoga, pilates, body pump, zumba y cardio box; fascículos de submarinos, fragatas, perfumes en miniatura o coches a piezas; descarga de aplicaciones para el móvil de gestión de gastos, control de peso o contadores de días sin fumar; dietas depurativas, Dukan, macrobióticas, Atkins, o de la alcachofa... Durante un par de semanas, nuestros remordimientos de conciencia nos torturan sin piedad en forma de consejos publicitarios y propósitos saludables.

Afortunadamente los españoles, o por lo menos la mayoría, tenemos buena salida pero a mitad de carrera nos apagamos. No somos de grandes distancias ni vemos la luz al final del túnel. Mientras haya cuero en el cinturón y la playa de Semana Santa quede lejos no hay necesidad de perder peso; mientras el lenguaje de signos nos lleve al hotel de Londres, o nos sigamos encontrando con españoles de Erasmus por Berlín no hay porqué ampliar los conocimientos de inglés o alemán. Y mientras nos mantengamos alejados de los análisis médicos, medio paquete de tabaco al día tampoco puede ser tan perjudicial, salvo para la cartera.

Y así llegaremos a mediados de noviembre, donde a esas alturas ya no será momento de hacer planes. Mejor esperar al 22 de diciembre, donde entre calada y calada de Marlboro y gintonic y ron con cola podremos decir con orgullo eso de ¡lo importante es que haya salud!

miércoles, 24 de diciembre de 2014

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El robo de la Navidad

Por Llorente
Es frecuente en las películas y series de televisión anglosajonas el tema del robo de la Navidad, consistente en que algún malvado trata de impedir el reparto de regalos mediante el secuestro de Papá Noel o alguna artimaña similar, hasta que el héroe de turno consigue que los juguetes y presentes lleguen a todos los hogares. Es lo que llaman “salvar la Navidad”, dejando entrever una concepción bastante materialista de la celebración del 25 de diciembre.

Dejando la ficción y bajando a la realidad, me pregunto si no nos están robando poco a poco y casi sin enterarnos una festividad que, nos guste o no, es religiosa y lleva implícito un alto grado de tradición.

Muchas empresas e instituciones evitan intencionadamente que en las tarjetas de felicitación navideñas enviadas a clientes y proveedores aparezcan motivos religiosos, lo cual, además de una contradicción absurda, es una marginación de una de las escenas más hermosas de la iconografía cristiana, la del Nacimiento, que, al menos de momento, resiste en los décimos de la lotería. Los empleados, en vez de recibir un aguinaldo que puedan disfrutar con su familia, son invitados a cenas que ni les apetecen ni suelen deparar nada bueno. Las ciudades se decoran con elementos neutros como insulsas bolas de adorno, ramas de acebo o simples luces amorfas. Los colegios recurren para las actuaciones infantiles a canciones de Bustamante o de Luis Miguel obviando los tradicionales villancicos. Y los Reyes Magos sólo parecen resistir por el interés de las firmas comerciales en mantener una fecha más de consumo masivo.

Todo esto, entre otras cosas, refleja que el período de tiempo que va del 24 de diciembre al 6 de enero se está transformando para muchos en algo distinto de lo que vivieron de niños. Los cambios son inevitables, pero esto, más que una evolución, se asemeja a un robo en el que para disimular la falta del original se ha colocado una mala imitación. Algunos se alegran del hurto, otros sólo se lamentan mientras ultiman sus compras el 24 por la mañana y, por supuesto, hay quienes disfrutan de estas fechas sin importarles lo que hagan o digan los demás.

En cualquier caso, permítannos que, desde aquí, junto a la esperanza de un venturoso 2015, en vez de felicitarles unas confusas e imprecisas fiestas les deseemos una Feliz Navidad.

jueves, 18 de diciembre de 2014

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La cena de Navidad de la empresa

Ni puenting, ni descenso de barrancos ni salir a torear una vaquilla en la capea de un amigo. Si hay un momento en el que andar con pies de plomo y mantener el tipo, ese es el de la entrañable, y peligrosa a la vez, cena de empresa de Navidad.

La comida o cena navideña laboral saca a la luz en pocas horas todo lo que llevamos acumulado desde el comienzo del año. Motes malintencionados e hirientes, cuchicheos sobre supuestas relaciones entre empleados, críticas negativas hacia la propia compañía por parte de mandos intermedios que no entienden cómo no llevan ellos el timón del negocio, quejas sobre los horarios de entrada del resto de compañeros quienes, por supuesto, trabajan la mitad y cobran el doble, etc.

Este caldo de cultivo se va acumulando durante el año y, tras una calma tensa, suele explotar en el momento en el que los camareros sirven la tercera copa de vino. Los más celestinos comentan en petit comité las miraditas entre el director financiero y la responsable de recursos humanos. El grupo de empleados veteranos pone a caer de un burro a excompañeros indefensos y critican de modo socarrón procedimientos que ha puesto en marcha un director que se encuentra a bastante mantel de distancia, pero no tanto como ellos creen. Los que no tienen recursos propios muestran su catálogo de gracietas recibidas por Whatsapp sin preocuparse por ideologías ni tendencias del resto de comensales. Y en un rincón, el compañero que se incorporó en octubre mira contínuamente su teléfono móvil en busca de esa llamada amiga que le permita ausentarse unos minutos de su soledad en compañía.

Una vez despellejados los ausentes, con las frascas de crema de orujo en su mínimo histórico y fumando dentro del local como acto de rebeldía, es el momento de elegir la siguiente parada. Los más sensatos se baten en digna retirada, los moderados se apuntan a una copa rápida al lado de la oficina en la seguridad del terreno conocido, los inclasificables apuestan por un karaoke y los más impresentables alardean sin ningún rubor sobre un bar a las afueras, regentado por unas calurosas jóvenes de Europa del Este.

Al día siguiente, entre Gelocatiles y viajes a la fuente de agua, muchos tendrán en mente que para alguno la de anoche fue posiblemente su última cena de Navidad en la empresa. Por suerte para ellos, muchos son los llamados y pocos los elegidos.

jueves, 11 de diciembre de 2014

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No vine aquí a hacer amigos

Todos hemos tenido alguna vez que sufrir a ese compañero de trabajo que actúa como si entre sus obligaciones estuviesen amargar el día a los demás y esconder cualquier atisbo de amabilidad. En ocasiones, este tipo de sujetos justifica su actitud sentenciando contundentemente: “no estoy aquí para hacer amigos”.

Reflexionando acerca de tal aserción, no puedo más que concluir que se trata de una soberana estupidez. Al fin y al cabo, ¿a qué sitios va uno exclusivamente a hacer amigos, cuando estos van surgiendo por la vida en las circunstancias más insospechadas? Si haciendo un ejercicio de imaginación, borramos de nuestras vidas a los amigos que nos hemos ido encontrando en los distintos trabajos por los que hemos pasado, veremos que el vacío que dejan es inmenso. Aún más: si eliminamos todas las amistades surgidas en lugares en los que no las buscábamos, veremos que nos quedamos más solos que la una, porque prácticamente a ningún sitio acudimos con esa finalidad. No vamos al colegio ni a la facultad a conocer gente, sino a estudiar. A la mili, los que fuimos, por obligación. A nuestra casa, a residir, no a tener vecinos. Y así con casi todo. De hecho, tampoco la gente suele encontrar a su pareja en circunstancias a las que ha acudido expresamente a buscarla, con la excepción de caravanas de mujeres o empresas de contactos que se dedican a ello. 

Supongo que si a estas personas se les ofrece una oferta millonaria en horario laboral, renunciarán a ella alegando que no han ido allí para hacerse ricos. O cuando en cualquier evento conozcan a la posible mujer de su vida, renunciarán a ella, puesto que no han ido allí a buscar pareja.

Aconsejo al lector, si lo hubiera, que en caso de toparse con uno de estos amargados antisociales, imprima este texto en una cartulina, la enrolle alrededor del palo de la escoba y le sacuda con él en la cabeza al individuo en cuestión.
Llorente

jueves, 4 de diciembre de 2014

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Cuerpos a la carta

Malo es no aceptar la edad y querer entrar en la sextena a base de liftings, borrados de papada, marcado de pómulos o turgencias de senos, pero cuando estas operaciones se convierten en regalos para los adolescentes, la situación comienza  a ser grave.

Seamos francos: vivimos en un mundo donde la imagen es muy importante, y lo de ir rechazando cánones de belleza apostando por el intelecto es muy loable aunque, de momento, no vaya a llegar a buen puerto. Solucionar un problema de celulitis o un exceso o defecto de pecho de un modo rápido, efectivo y seguro, sin duda es un avance y, como tal, es positivo.

Pero una cosa es emplear estas técnicas en adultos y otra muy distinta es que niñas de dieciséis años pidan como regalo de reyes un aumento de senos o una liposucción sin haber pasado siquiera por el esfuerzo de una dieta prolongada combinada con un poco de ejercicio. Y peor aun, que el deseo de la chavala sea satisfecho por sus padres, menospreciando los riesgos de una anestesia y una intervención quirúrgica.
 
Operar las orejas de una niña y que al día siguiente pueda callar muchas bocas en el colegio y lucir una trenza es algo positivo. Pero que adolescentes quieran cuerpos de 25 y acaben pareciendo chicas de club de carretera, o que señoras de sesenta, también en búsqueda de la eterna juventud, acaben con labios como los del pato Lucas no es bueno.

Cada vez es más habitual en las consultas de los cirujanos plásticos eso de Doctor, tengo 300 euros. ¿Qué me puede hacer con eso? Ahí ya no hablamos de un trauma, de una necesidad o de sentirse mejor físicamente. Hablamos de un problema de no aceptación de nuestro cuerpo, por lo que estos profesionales, si lo son, deberían derivar a sus pacientes a otro tipo de especialistas en lugar de ser cómplices de nuestras inseguridades.