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jueves, 18 de octubre de 2012

6

Tecnología e incomunicación

Sábado, 09:30 de la mañana. Suena el despertador. Ducha y desayuno escuchando la radio.
Saco el coche del parking. Toca visita al supermercado. Entro en su garaje. Para que se levante la valla debo coger un tíquet de la máquina. 10:50. Aparco en la primera planta. Apunto en el móvil la ubicación del coche. Recibo un folleto con las ofertas de la semana y corroboro que son las mismas que había recibido en el teléfono varios días antes. Saco una moneda de 50 céntimos, fiel compañera, siempre dispuesta en el cenicero del coche para ser el alma de la fiesta en estas ocasiones. La introduzco en el carro y que este deje de ser parte de la serpiente metálica que un joven, de andar resacoso, arrastra con desinterés. 11:21.

Saco de nuevo el móvil para repasar la lista de la compra. Comienzo el desfile en busca de galletas, leche, pasta fresca, zumo de naranjas supuestamente recién exprimidas, ensalada cortada, limpiada y envasada y un kilo de melocotones que, al igual que las rodajas de salmón, están protegidos por un plástico transparente. 11:52.
Llego a la zona de aseo facial. Dudando si merece la pena el coste extra de las máquinas de cinco hojas, a mi alrededor sólo encuentro un señor de mediana edad y de densa barba. Mala referencia. Me mantengo en la seguridad de las cuatro cuchillas. Ya vendrán tiempos de peligro.