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jueves, 23 de enero de 2014

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Aprender a tocar un instrumento

Los españoles somos muy dados a eso de aprender a tocar de oído, dejando el solfeo para los raros, y de ahí que nos tire mucho la guitarra pachanguera, la pandereta, los tunos, los cantautores y otras torturas. Pero la música, bien entendida, es toda una lección de cultura y sensibilidad.

Si uno tiene la suerte de pasear por ciudades centroeuropeas verá como todo está tocado por la música. Se vive desde que se nace, y a diferencia de aquí, donde la música clásica está reservada para una minoría de oído fino y cartera más gruesa, tirando para el norte vemos cómo la gente desde muy temprana edad conoce, valora y disfruta el violín, la tuba, el fagot, la flauta y el contrabajo.

Aprender a tocar un instrumento debería ser obligatorio en las escuelas. Desde primaria hasta la universidad. Gracias a ello, curso a curso, entre corcheas y sostenidos aprendereríamos un nuevo lenguaje. El solfeo educa nuestro oído. Nos ejercita en la difícil tarea de respetar el turno de los demás, nos enseña a disfrutar de la sensación del trabajo en equipo, y aprendemos que la unión hace la fuerza de un modo diferente al ocurrido recientemente en el barrio de Gamonal...

Alguien sentado en la calle, con un plato con varias monedas a sus pies, parece entregado a perpetuidad a esa acción. Pero alguien en la misma situación, tocando un saxofón, un violín o un chelo, no está pidiendo una ayuda, sino una tregua. Su lenguaje, desconocido para una gran mayoría, le dignifica.

Seguro que si muchos hubiésemos aprendido solfeo, este nos habría avisado con tiempo de la amenaza de reggaetones, hip hops, pitufos makineros y demás infiernos sonoros.