viernes, 30 de enero de 2015

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¿Qué ha sido de las películas míticas?

Por Carlos T.
Psicosis, El Padrino, Con la muerte en los talones, Rocky, Regreso al futuro, Grease, Rambo, Tiburón, Cazafantasmas, Harry el Sucio... todas ellas, mejores o peores, son películas míticas del cine de no hace tanto tiempo. ¿Qué hemos perdido por el camino para que ninguna película actual llegue a convertirse en un referente como lo han sido estas?

Sonido en Dolby ProLogic II, visión en 3D, pantallas interactivas... paradójicamente parece que cuanto más avanza la tecnología y se potencian las experiencias extremas en las salas de cine, más desapercibidas pasan las obras y su fugacidad es cuestión de semanas. Posteriormente se saca un paquete en Blue Ray a ver si se lo colocan a cuatro cinéfilos y nunca más se supo. El pianista, 21 gramos, Kill Bill, etc. se quedaron en la cuneta y acabaron en packs de oferta de cualquier hipermercado tras una visita rápida a las salas de cine.

No es una cuestión de que cualquier tiempo pasado fue mejor ni de nostalgia. Sólo tenemos que hacer un recorrido desde los inicios del cine hasta ahora y veremos como las obras maestras o las películas clásicas, sea por el motivo que sea, han ido descendiendo a la misma velocidad con la que tardamos en descargarlas en casa con una conexión de fibra de 100 mb.

No hay duda de que gran parte de este batacazo se debe a la facilidad de acceder a los contenidos sin esfuerzo alguno. Ya no hacemos cola en el cine, ya no decimos eso de "mañana no puedo quedar, que voy al cine", pues era un acto que entre la ilusión y el traslado nos llevaba casi todo el día. Ya no nos emocionamos con sus protagonistas, ya no queremos comprarnos el chaleco que vestía McFly en Regreso al futuro o apuntarnos con Ralph Macchio a la escuela de kárate.

Cuanto más fácil es el acceso a las cosas, menos valor le damos. El reclamo actual en los cines ya no pasa por un buen director, un excelente protagonista o un magnífico elenco de secundarios. Ahora se trata de encubrir la baja calidad de las películas, o el poco interés por las mismas, con artefactos como las gafas en 3D, el sonido envolvente o, en breve, las butacas que se mueven al ritmo de las escenas.

Afortunadamente, siempre nos quedará Casablanca, la cual puede ser el comienzo de una gran amistad para las generaciones de Avatar o American Pie.

jueves, 22 de enero de 2015

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Incierta libertad de dudosa expresión

Por Llorente.
Después de los empachos propios de las fiestas recién pasadas, un nuevo hartazgo nos ha saturado este enero al oír hablar incesantemente sobre una cosa que llaman libertad de expresión, que parece ser que estos días ha sido atacada, cuestionada, criticada, defendida y martirizada.

Que un país capaz de meter en la cárcel a un librero por el delito de vender libros defienda exacerbado la libertad de expresión de otros y se llene de carlitos, me confunde. Consciente de mis limitaciones, reconozco que me gustaría ser más inteligente de lo que soy para alcanzar a comprender ciertas cosas, porque mi espíritu ansía el conocimiento que mi limitado entendimiento no es capaz de regalarle.

Por eso no me explico que sea condenable por xenófobo poner motes cómicos a los extranjeros mientras que es libertad de expresión, y sentenciado por un juez, que se silbe e insulte un himno nacional en un estadio de fútbol. O por qué el mismo que se ampara en esa libertad para señalar con el dedo a un deportista y gritar “¡Eta, mátalo!”, no puede llamarlo “mono” sin ser expulsado por racista, pero sí “maricón” sin que se le recrimine su homofobia (palabra esta que, por cierto, siempre he creído que debería significar “aversión a las cosas que son iguales entre sí”). O cómo puede ser legal ondear banderas separatistas mientras que se califica como anticonstitucional el escudo que aparece en la portada de la Constitución. ¿Y alguien puede aclararme cómo es posible que los mismos que defienden ahora las irreverentes portadas de cierto semanario francés, se feliciten porque son condenados los humoristas que parodian a sus compañeros de partido? ¿Y por qué es censurable llamar “moro” a un musulmán, pero no lo es el ultraje de sus más sagradas creencias? Sin entrar a juzgar qué está bien o qué está mal, lo que no entiendo es el criterio para que unas cosas sean sí y otras sean no.

Tras tantas dudas y reflexiones, llego a la conclusión de que me alegro de no tener que definir qué es exactamente la libertad de expresión en la sociedad contemporánea, porque no tengo ni idea. Sólo intuyo que pasa con ella algo parecido a la desaparición de la censura en el cine español de los setenta: ¿tanto pedirla, tanto desearla, tanto esperarla, para luego hacer esto?

jueves, 15 de enero de 2015

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"Haber" si nos vemos

Por Carlos T.
Correo electrónico, foros de Internet, whatsapp.. todos ellos tienen la virtud de que nos obligan a emplear la escritura. Esto nos ofrece un modo rápido y efectivo de conocer el nivel ortográfico de nuestros comunicantes para poder actuar en consecuencia.

No es de recibo que personas de 25 años, licenciadas en periodismo con una nota media de notable, den patadas al diccionario tales como la del título de esta entrada, la de cambiar ahí por hay o como buen aragonés marcase una jota, y sustituir coger por cojer. ¿Cómo puede una persona llegar a licenciarse, sea la carrera que sea, con semejantes delitos a su propio idioma?

Y es que además de la Lose, Logse y demás zarandajas, grandes culpables de nuestro analfabetismo, tenemos que añadir el corrector ortográfico de MS Word, que es a Cervantes lo que Google Translate a Shakespeare: un apaño para salir del paso, pero muy lejos de unos conocimientos como para permitirse el lujo de incluir en los perfiles de LinkedIn aptitudes como bilingüe en inglés o gran capacidad de redacción.

Lo curioso es que es muy habitual que muchos de estos escribanos se parten el pecho a reír cuando escuchan salir por boca de otro términos como haiga, pienso de que, o almóndigas. Básicamente es la misma burrada, con la diferencia de que la mayoría de los que cometen estos últimos errores no han tenido el privilegio de recibir la misma educación que los primeros.

Si una pareja tiene su primer encuentro y uno de los dos suelta al otro una perla como "te vi a llevar a comer unas cocletas que se caga la galga", ¿qué posibilidades hay de que se repita la cita, o de que incluso lleguen a probar juntos las bolitas de besamel y jamón? Si uno de los dos tiene un mínimo pudor, esa relación debe quedar herida de muerte. Y lo mismo tiene que pasar con lo escrito. Si tras superar la primera cita, uno de los dos manda un whatsapp a otro con el habitual "haber si lo repetimos" esa futura reunión debe quedar automáticamente anulada y el idilio finiquitado en aras de un futuro más esperanzador, por lo menos para uno de los dos.

Todo buen escribano echa un borrón, pero con cuidado. Que se empieza con lo de haber si nos vemos y, como nos despistemos, acavamos aciendo una kdada con la Debora, ke stá tó molona.

jueves, 8 de enero de 2015

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Campanadas publicitarias

Por Llorente
Uno de los momentos estelares de 2014, que por la hora en que se produjo lo será también de 2015, fue la memorable pifia de Canal Sur en Nochevieja. Televisión Española, en 60 años de historia, apenas ha sido capaz de confundir los cuartos con las campanadas, una inocente chiquillada al lado de la casi insuperable proeza del canal andaluz.

Afortunadamente, algunas familias, en un alarde de generosidad y buen humor, han compartido ese momento con todos nosotros para ilustrar con ejemplos reales el efecto que la “canalsurada” causó en numerosos hogares al sur de Despeñaperros.

Pero más allá de la impagable anécdota, me ha llamado la atención hasta qué punto nos estamos acostumbrando al excesivo intrusismo de la publicidad para que a falta de diez segundos para el nuevo año nos pongan un anuncio, no nos sorprenda y nos quedemos con la mirada fija en la pantalla confiando en que en algún momento arrancará la primera campanada mientras el segundero del reloj del salón va ya por el medio minuto.

Ya es habitual en la salida de las competiciones del motor que justo antes de que el semáforo se ponga verde nos calcen un anuncio de última hora. En otros ámbitos televisivos, es frecuente que, tras siete minutos de publicidad, la emisión se reanude con el presentador vendiéndonos un champú, tras lo cual simplemente se despide, se acaba el programa y nos deja con cara de tontos por haber estado esperando para nada.

Tras ocuparse las camisetas de los equipos deportivos, ahora se venden los nombres de los estadios y las salas de conciertos, también las líneas y estaciones de metro… Una vez que la publicidad ha invadido hasta las doce campanadas, cualquier cosa es posible.

¿Hasta dónde llegarán los publicistas? ¿Consejos del Ministerio de Sanidad en las lápidas? ¿Anuncios de prestamistas en los billetes de veinte euros? ¿Teléfonos de profesores particulares en las notas del colegio?

Por si acaso, aprovecho para anunciar que en la pared de mi salón queda un huequecito de 50 por 30 centímetros ideal como pequeño espacio publicitario que ofrezco a buen precio. Y yo lo veo todos los días.