Qué gran contraste el que hay entre la alegría del día de montar el abeto y el belén, y la tristeza y melancolía del día que lo quitamos. Una especie de resaca en forma de figuritas de barro y bolas doradas que cuesta un rato superar.
Quitar el árbol de Navidad y el Belén es un ejercicio de una gran pereza. Por este motivo, hay gente que el mismo seis de enero por la tarde, una vez recibida la visita de los Reyes, y puesto el zapato de nuevo en su armario correspondiente, procede a guardarlo en el trastero lo antes posible. Y es que no hay nada más decadente que ver pasar enero con el
árbol en el salón, con sus luces apagadas, las guirnaldas en retirada y los restos de tierra alrededor de la maceta. Recuerdos de lo que fue y ya pasó.
Mediados de diciembre es como cuando se empieza a salir con una novia. Todo lo bueno está por llegar: montar el árbol entre varios, buscar huecos en la agenda donde cuadrar todas las citas pendientes, intercambiar lotería, recibir participaciones, comprobar en los movimientos del banco que la paga extra mantiene su puntualidad británica, apuntar horas de aterrizaje de amigos y familiares, ilusiones por reencuentros esperados, localizar el regalo perfecto para una persona especial, niños desbordando alegría contagiados de la hiperactividad de los adultos....
Y el día siete sufrimos nuestra pequeña derrota de Napoleón en Waterloo. Bola a bola, y figurita a figurita, vamos recordando los días pasados, con una mezcla de nostalgia por lo que ya pasó y de remordimiento por lo que podríamos haber evitado y que nos va a costar unos meses eliminar de nuestra cintura.
Afortunadamente la sensación dura poco, pues arranca el momento de los eternos retos: dieta, inglés y tabaco.

árbol en el salón, con sus luces apagadas, las guirnaldas en retirada y los restos de tierra alrededor de la maceta. Recuerdos de lo que fue y ya pasó.
Mediados de diciembre es como cuando se empieza a salir con una novia. Todo lo bueno está por llegar: montar el árbol entre varios, buscar huecos en la agenda donde cuadrar todas las citas pendientes, intercambiar lotería, recibir participaciones, comprobar en los movimientos del banco que la paga extra mantiene su puntualidad británica, apuntar horas de aterrizaje de amigos y familiares, ilusiones por reencuentros esperados, localizar el regalo perfecto para una persona especial, niños desbordando alegría contagiados de la hiperactividad de los adultos....
Y el día siete sufrimos nuestra pequeña derrota de Napoleón en Waterloo. Bola a bola, y figurita a figurita, vamos recordando los días pasados, con una mezcla de nostalgia por lo que ya pasó y de remordimiento por lo que podríamos haber evitado y que nos va a costar unos meses eliminar de nuestra cintura.
Afortunadamente la sensación dura poco, pues arranca el momento de los eternos retos: dieta, inglés y tabaco.