Se acabó el verano y mientras nuestro bronceado y alegría van marchitando, en la misma medida florecen los siempre fieles compañeros de fin de estación: los coleccionables por entregas.
Esos clásicos que permanecen con nosotros con el orgullo y chulería que da el sentirse inmunes a las crisis. Si es una época de la vida en la que andamos bien de pasta, a la vuelta de verano nos animamos y nos líamos a montar el
Soleil Royal, buque insignia de Luis XIV. Que no se diga que no aportamos nada a la sociedad.

Y si, como suele ser habitual, volvemos de las vacaciones estivales sin un euro, y sin perspectivas de obtenerlo en los meses venideros, para resistir el hastío invernal nos animamos a armar un
Tyrannosaurux Rex, a ver si amortizamos de una vez aquel Notable de 6º de EGB en Naturales. A nada que nos den 300 huesos y vértebras, ya tendremos ocupadas las frías tardes de domingo. Entre el chocolate calentito y los
efluvios del pegamento, seguramente el bicho nunca llegue a mantenerse en pie, pero a nosotros nos hará la tarde más amena. Un invierno bien baratito. ¿O a lo mejor no tanto?