jueves, 27 de febrero de 2014

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El mundo del regateo

Hay compradores que disfrutan con eso del regateo. Casi les importa más el descuento obtenido que el producto que se llevan a casa. El éxito consiste en sacar por diez lo que parecía costar cincuenta. ¿Merece la pena el regateo o es preferible la seguridad del precio fijo?

Personalmente, tengo una gran manía al mundo del regateo, a los comerciantes que fomentan esa estrategia y, en especial, a los espabilados que pretender sacar por seis algo que marca diez, a pesar de que el precio inicial ya les parecía adecuado, sólo por hecho de creerse más listos.

No hay espectáculo más bochornoso que el de un fulano que se ha gastado tres mil euros en un crucero por el Caribe y que, mientras saborea un daikiri, es capaz de regatear dos dólares al negrito de turno, a cambio de un objeto artesanal típico de la zona.

Lo más triste de esta práctica es que los regateadores se quedan con la sensación de haber engañado al comerciante, y que sus grandes dotes de agresividad comercial deberían llevarles directos al parquet de Wall Street. Su ego les hace pensar que el vendedor se levanta por las mañanas para perder dinero y que prefiere no ganar un euro a cambio de disfrutar de las dotes de negociación, el encanto y el savoir faire del tiburón financiero de turno.

Yo no soy de entrar en este tipo de juegos y me decanto por los sitios de precio fijo. Aunque  posiblemente también se aprovechen en exceso, me ahorro entablar una batalla dialéctica de la que siempre voy a salir perdedor. A lo más que llego es a pedir un chupito de la casa en los restaurantes.

jueves, 20 de febrero de 2014

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Megaconstrucciones: preparar un gintonic

Un país no puede decir que está en crisis cuando uno pide un simple gintonic en un bar y le ofrecen tantos tipos de ginebra como euros le van a cobrar. Más de quince.

Ginebras que se inspiran en la mítica ruta de las especias entre Oriente y Occidente, otras elaboradas con una base de ciruelas, ginebras que emplean una mezcla de frambuesas y azúcar, ginebras de doble destilación de enebro salvaje, ginebras maduradas en bayas de endrino recogidas a mano... Podemos encontrar tantas marcas y caprichos como snobs hay en los sofás de los bares de moda.

Una vez superada la difícil decisión del espirituoso, subimos al peldaño de la tónica. No podemos ser tan antiguos de pedir Schweppes o Nordic Mist (la antigua Finley) pues seremos el hazmereir del sarao. Se trata de elegir entre tónica con jugo de limón, con membrillo, con flor de saúco, tónica elaborada con mandarina, naranja, pomelo, lima y limón o tónica inspirada en la India ocupada por los británicos.

Sedientos y atragantados por las almendras saladas, y mientras los amigos apuran el último trago de su whisky, bebida con clase y ajena a las modas, llega el final de esta perpetua cadena de montaje: elegir las especias para lo que ya se está conviertiendo en el bálsamo de Fierabrás. Toca escoger entre la aguda embocadura del gengibre, el intenso sabor de las bayas de enebro, la acidez de las cortezas de cítricos y el penetrante aroma de la pimienta negra o los frutos del bosque.

Si alguien va a pedir un gintonic al estilo moderno, es mejor que busque un cómplice que le acompañe o se encontrará bebiendo solo. Para cuando esté preparado, es posible que nuestros amigos lleven durmiendo en su casa un par de horas.

jueves, 13 de febrero de 2014

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Chantajes vecinales

Chantajista: dícese del vecino que, en zapatillas y bata, se presenta en nuestra casa a la hora de la cena para vendernos lotería del viaje de fin de curso de su hijo, incapaz de aceptar un no por respuesta.
Un padre subiendo y bajando la escalera del edificio, llamando a las puertas de los confiados vecinos, solicitando que le compremos "un par de papeletas" para el viaje de su chaval, es un ejercicio digno de la mafia calabresa. Mientras, el infante, que ya no cumple los dieciséis años, merienda tranquilamente, tomando nota de cómo delegar en los demás para el día de mañana ser un buen directivo.

Los principales factores de decisión de compra son ilusión, necesidad o miedo. Sin duda alguna, esto es una cuestión de un miedo encubierto. Miedo a que un día tengamos una gotera en el techo y, por no haber comprado la papeleta, el vecino no entre en razones y tengamos que ponernos de uñas para que llame al fontanero. Miedo a que un día perdamos las llaves de casa y no podamos esperar al cerrajero en el piso de enfrente porque un día rechazamos aquella oferta del boleto de dos euros a cambio de un hipotético viaje a Punta Cana. O miedo a que en la próxima junta de vecinos, el hasta hace poco nuestro aliado nos acuse de guardar una moto en una zona común del garaje, que nunca ha pisado nadie. Caro peaje por no aflojar la cartera y truncar los deseos expansionistas de su retoño.

Las papeletas de marras conviene comprarlas. Hay que valorarlas como un salvoconducto para evitar determinados peligros que se encierran entre la azotea y el cuarto de basuras.

jueves, 6 de febrero de 2014

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Vayan pasando por esta caja

Los españolitos no hemos sido nunca de respetar las colas, pero da la impresión de que nos vamos civilizando. Y en esas estamos hasta que un aliado de Satanás pronuncia la frase que desata el infierno: "Vayan pasando por esta caja".

Con los años parece que hemos entendido que las siete personas que tenemos delante de una caja al ir a pagar no son conos a sortear, sino que, contra todo pronóstico, tienen la misma intención que nosotros: pagar por unos artículos. La vida es así de injusta. Como han llegado antes, se creen que tienen la prioridad.  Afortunadamente, eso del respeto al prójimo es para los débiles, quienes en el supermercado caerán fulminados.

Cuando la cajera de un supermercado se prepara para abrir una nueva caja, no es consciente de lo que puede llegar a crear. Alcanza niveles de semidios, de faraón, de  emperador, que la llevan a la máxima gloria al pronunciar la maldición: "Vayan pasando por esta caja".

Lo que sucede a continuación es inenarrable. Fenómenos de la naturaleza como los ríos de lava, los tifones, las estampidas de bisontes o las batallas a muerte entre rinocerontes son juegos de niños comparado con lo que en ese momento observamos. Hasta los cuatro jinetes del Apocalipsis bajan de sus caballos para reverenciar a una cajera cuando pronuncia la sentencia. Y si el "vayan pasando" va a acompañado de "en orden", el espectáculo ya entra en el género de las snuff movies.

Cuántas revoluciones se hubiesen ganado si en lugar de emplear el término ¡A las barricadas! alguien hubiese pronunciado ¡vayan pasando por esta caja!