De siempre hemos comentado las extrañas costumbres de nuestros padres y abuelos, como lo de ir al banco a poner al día la cartilla cada dos por tres, para asegurarse de que no había habido un corralito o que las 37,50 pesetas seguían estando allí, igual que el lunes y el martes. ¿Cuántas veces entramos en la app de nuestra entidad financiera para comprobar si nos han ingresado el dinero de nuestra última devolución de Amazon, o ver si nos han cobrado ya el seguro del coche y que se corresponde con lo indicado en la carta de renovación? No tenemos más que mirar cualquier móvil a nuestro alrededor para ver lo rápido que ubicamos la aplicación de ING, Santander, Openbank y demás.
Otra costumbre de nuestros padres y abuelos era la de asomarse al buzón cada vez que pisaban el portal, no sea que hubiese venido Miguel Strogoff con una importante misiva del Zar, o un giro del Pony Express con los beneficios de nuestras minas de oro de San Francisco. Pasaron las décadas y ahí estamos nosotros, con nuestro "push mail". No nos vale que el teléfono compruebe el correo cada quince o treinta minutos. Tiene que ser push. Que al segundo de recibirlo, salte una notificación. No podemos perder la promoción del 15% de descuento en Cortefiel online o la semana de la electrónica en Carrefour.
Otro momento de máximo respeto y silencio era cuando "daban el tiempo": Mariano Medina era Dios en la Tierra. Más que Juan Pablo II. Vaya tontería para nosotros preocuparse por la marejada de variable fuerza seis arreciando a fuerte marejada en las costas gallegas. Pero ahora una de las aplicaciones estrella en nuestro smartphone es la del tiempo meteorológico, con todo tipo de gráficos, máximas y mínimas y la posibilidad de registrar veinte poblaciones a la vez.
Cambia el soporte, pero no la costumbre. Disfrazados bajo otra piel, somos igual que generaciones anteriores. Para bien o para mal. O para ambas.
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