Los españoles somos la leche. Como no teníamos bastante con el
recién pasado Halloween, la semana pasada nos apuntamos a una nueva moda denominada Black Friday. Para los antiguos, viernes negro. Básicamente, es un día más para vaciar la cartera y que se puede sumar al día del padre, al de los enamorados, a Papá Noel, etc. A partir de ahora, todos los años, a finales de noviembre nos tocará sufrir el bombardeo de las ofertas del oscuro viernes.

Resulta que en EE.UU. Acción de Gracias se celebra el cuarto jueves de noviembre, y el día siguiente es festivo. Festivo significa que no hay que ir a trabajar, pero tampoco es para descansar de la resaca del vino y del atracón de pavo relleno. Es el día que alguien ha decidido que los americanos deben aprovechar para comprar los regalos de Navidad.
El Black Friday está bien pensado allí, pero aquí es una chorrada. España es la patria de la creatividad, la chulería y la improvisación. Aquí, de toda la vida, los regalos se dejan para el último momento. No podemos dejar que esa moda de la previsión y la antelación se implante. ¿Qué va a ser de esas escapadas a El Corte Inglés el cinco de enero a las diez y cuarto de la noche, con la burda excusa de que nos falta papel de regalo? ¿Y esa conversación a media voz en el pasillo con los hermanos preguntando que dónde está el regalo de papá y que a quién le tocaba este año? ¿Y ese clásico y socorrido dibujito hecho en word con el "vale por el regalo que más te guste"?